No es la primera vez que tengo la suerte de pisar la Tierra Santa Salesiana de Valdocco, puesto que cuando tenía poco más de veinte, tuve la oportunidad de participar un verano en un Campobosco de la Región Ibérica que jamás olvidaré, y es que yo, aun habiendo sido alumna de las Hijas de la Caridad, siempre me he sentido atraída y fascinada por el buen hacer y el carisma de San Juan Bosco, de ahí que hiciera mi promesa a salesiana cooperadora hace algo más de doce años.
Llevo algún tiempo ya leyendo información acerca de las Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana (JEFS) y siempre he soñado con poder formar parte de una aventura como ésa, sin embargo, todo este tiempo lo dejaba pasar pensando que igual yo no me ajustaba al perfil del destinatario que buscaban, pero este año, gracias a la inquietud de una hermana de mi centro de salesianos cooperadores, movida por las ganas de años y sin pararme a pensar en todo lo que he pensado tiempo atrás, decidí escribir nuestra inquietud al coordinador de nuestro órgano superior y bendito el momento en que recibí su contestación aceptando mi petición, me sería muy difícil contar todo lo que yo sentí. Mi SUEÑO se había hecho realidad, y digo SUEÑO en mayúsculas porque hay que pasar esos días allí para explicar lo que se vive y cómo se vive. Desde que me dijeron que podía participar de estas jornadas, he preparado y me he preparado cuidando cada detalle con máximo entusiasmo.
Y digo yo, ¿será sólo casualidad o será también parte de este regalo el que no haya ido en años anteriores y vaya precisamente este año cuando las JEFS se celebran en Turín? En muchos momentos me he parado a pensar: “¡Vaya! Pongo rumbo a Valdocco, pongo rumbo donde empezó a fraguarse todo”.
Los casi cuatro días que he vivido allí jamás se borrarán de mi memoria y mucho menos de mi corazón, han sido cuatro días en los que he podido sentir muy de cerca que Don Bosco sigue vivo entre nosotros, sigue vivo en la persona del actual Rector Mayor, sigue vivo en aquellos patios donde un día empezó todo, sigue vivo en todos y cada uno de los que allí tanto hemos compartido, y estoy segura que también sigue vivo en cada una de nuestras casas salesianas donde vivimos.
Una vez allí, miro a mi alrededor y pienso, ¿Cómo de una persona de tan pequeña estatura ha podido surgir una obra tan grande? Veintidós de los treinta y un grupos que a día de hoy forman la Familia Salesiana estábamos representados en más de 300 personas, todos muy diferentes en idioma, cultura,… pero todos unidos en un mismo sentimiento y por un mismo corazón cristiano y salesiano, allí sobraban las palabras para poder entendernos.
Pasear por aquellos patios de Valdocco donde San Juan Bosco jugaba con sus chavales, me hace sentir que, aunque ya metida en edad, yo también formo parte de su sueño y soy una de sus chavales.
Las visitas de las tardes, a la Capilla Pinardi, a la Capilla de San Francisco de Sales, a la Basílica de María Auxiliadora o a las habitaciones de Don Bosco, contadas con tanto entusiasmo y detalle por Alejandro Guevara (SDB), hacían que el tiempo retrocediese y estuviésemos a mitad de los años 1800.
Pero si de tantos momentos vividos, con uno me tuviera que quedar, me quedo con mis ratos a solas con Don Bosco, charlas íntimas que me animan a seguir cada día trabajando en la obra salesiana, oraciones salidas desde lo más profundo, confidencias que quedan entre nosotros dos, momentos de profunda oración y emociones a flor de piel, y por supuesto no me he olvidado de todos los que formamos esta casa salesiana de Algeciras, para que siempre nos ponga en camino para trabajar unidos a favor de los jóvenes más desfavorecidos.
Ya sólo me queda decir como Cagliero “Fraile o no, me quedo con Don Bosco” porque es lo que da sentido a mi vida y hace que sea más feliz.
Vanessa Beneroso.