Sara Aguilar Moya
Vivimos un tiempo en el que se ha popularizado llamar a los adolescentes la “generación de cristal”, en un tono bastante despectivo que los tacha de frágiles, hipersensibles y poco preparados para la vida real.
Pero, ¿y si nos estuviéramos equivocando? Quizás la verdadera generación de cristal fuésemos nosotros, los adultos, que en nuestro deseable intento de proteger y controlar, terminamos aislando a nuestros hijos del mundo que deberían explorar.
Muchas familias respiran aliviadas cuando sus hijos están “tranquilos” en su habitación, pegados a la maravillosa pantalla. Seguros, donde nada puede pasarles. Pero… ¿realmente están bajo nuestro control? Solos, a oscuras, frente a un mundo inmenso, inabarcable, sin filtros y sobre todo, sin acompañamiento ante los depredadores que en él habitan.
El cerebro adolescente precisa estimulación real, vínculos humanos, contacto con la naturaleza y conflictos cara a cara que les permitan desarrollar las habilidades necesarias para afrontar la vida real. Sin embargo, se les ofrece con ilusión la seguridad, encerrándolos en un universo virtual lleno de estímulos, pero carente de afecto, límites y conexión auténtica.
La adolescencia es un momento de construcción de identidad, de un continuo ensayo y error, de equivocarse y, sobre todo, de aprender. Pero esto realmente ocurre en la calle, en la risa con los amigos, en la conversación incómoda y en la mirada cómplice. La socialización es un entrenamiento emocional imprescindible para formar adultos resilientes.
Los adolescentes no son de cristal. Son de carne, emoción, intuición y fuego. Por supuesto, vulnerables, pero capaces de generar cambios si la guía es real, con escucha y con límites.
Quizás ya sea el momento de quitarles la etiqueta a nuestros hijos y empezar a mirarnos en el espejo. ¿De qué estamos hechos nosotros? ¿De qué huimos cuando les entregamos una pantalla como sustituto de la vida? Tal vez, la pregunta más importante no sea qué están haciendo ellos, sino qué es aquello que estamos dejando de hacer nosotros.
Porque el presente, el ahora, es el único lugar donde verdaderamente se forja el vínculo.
Estemos ahí.
Sin cristal de por medio.
Sara Aguilar Moya